Escultura que retrata la violencia sagrada en el universo de Tlalticpac. Esta figura fue sometida, utilizada y finalmente mutilada: sus patas arrancadas, su cuerpo agrietado, su máscara fracturada. En ella permanece el sello de Sethara, diosa del caos, inscrito en las cicatrices de la cerámica. Los ojos, detenidos en el instante final, observan una serpiente titánica en el horizonte desértico, justo antes del cataclismo que desintegró las ciudades de Vayú. La obra captura el trauma ritual, la memoria del dolor y la última visión de un mundo colapsando.