Vayú —del sánscrito vāyu, “aire” o “viento”— no es solo una región: es una disolución del tiempo, una herida que respira entre tormentas y espejismos. Esta es la primera de las cinco regiones de Tlalticpac, el mundo mitológico construido como archivo especulativo y narrativa del colapso sagrado. En Vayú, todo es inestable: el clima, el cuerpo, la realidad misma.
Inspirada en los sistemas filosófico-religiosos del hinduismo, el sufismo islámico, la espiritualidad inuit y los Sheikah del universo de Zelda, esta región articula una estética del desarraigo, del delirio y de la contemplación sagrada.
Un paisaje en ruinas flotantes
Vayú se extiende en una cartografía de extremos: desiertos que hierven de día y congelan de noche, selvas eléctricas, cielos invadidos por ballenas celestes y templos suspendidos sobre el aire. Aquí, los fenómenos climáticos —granizadas violentas, tormentas de rayos, vórtices de arena— no son solo naturales: son manifestaciones divinas, símbolos en movimiento.
Sus habitantes son viajeros místicos. Filósofos por necesidad. Poseen la capacidad de distorsionar el tiempo, de entrar y salir del sueño como territorio ritual, y de manipular los delirios como si fueran herramientas cosmológicas. Viven en templos suspendidos o sobre ciudades que flotan gracias al aliento de las deidades.
El símbolo, el cuerpo y la invocación
Los seres de Vayú no son del todo humanos. Algunos están hechos de hilos y tela, como muñecos de vudú, otros son entidades gigantes que han sido bordadas por el viento mismo. En sus prácticas, lo textil y lo etéreo son uno solo: una mística de lo frágil que resiste el olvido.
Sus esculturas monumentales —reminiscentes de los templos hindúes o del arte ritual islámico— son invocaciones al equilibrio imposible. Cada figura, cada estructura, es una súplica estética ante un mundo que se deshace. La arquitectura de lo incierto es su respuesta frente al caos.
Filosofía y magia como resistencia
Como señaló Gilles Deleuze en Lógica del sentido, el delirio no es un error sino una forma de pensamiento extremo. Vayú asume esto como principio ontológico: vivir en el límite entre el sueño y el abismo, entre el símbolo y el viento.
La realidad en Vayú no es un hecho, es una decisión. El tiempo se pliega, los espacios se diluyen, y la magia de lo inesperado se convierte en sistema. Como un acto permanente de supervivencia, sus habitantes atraviesan dimensiones, conversan con deidades femeninas del cielo y construyen una espiritualidad de la contradicción.
«Vayú no representa el viento. Es el viento que recuerda. La voz de lo que no puede sostenerse, pero aún así habla.»
Una región donde el aura se dispersa y se vuelve niebla.
Donde el simulacro es rito, y el espejismo, verdad.»